Ahora que internet no se puede disociar de nuestra vida cotidiana,
tenemos que aprender a convivir no solo con todas las ventajas y atractivos que
nos ofrece, sino que se hace necesario aprender a cuidarnos también de ella. La
inseguridad está presente en todas partes, incluso en el mundo virtual, pero es
en este último donde más ingenuos somos, tanto que pensábamos que compañías
como Facebook cuidaban bien de nuestros datos, cuando no era así.
Como bien se sabe, durante las últimas semanas se ha desatado una ola
de cuestionamientos sobre Facebook por la manera en que una compañía llamada
Cambridge Analytica accedió al perfil de millones de usuarios sin consentimiento,
en este caso, a través de un cuestionario de personalidad para recoger
información con fines políticos. Debido a esto, Mark Zuckerberg ha debido
responder difíciles preguntas ante los legisladores norteamericanos, personas
mayores que se tuvieron que adaptar y entender la tecnología contra el joven
empresario de 33 años que la creó. Él ha pedido disculpas, aunque no es la
primera vez. Ante esto, la confianza en
la red social se ha remecido y ahora, si antes no lo sabíamos, conocemos con
claridad cómo opera el modelo de negocio de Facebook que, como cualquier otro
medio de comunicación, se sostiene en la publicidad, aunque a diferencia de la
radio o la televisión, ésta ya contiene nuestra información. La misma Facebook
lo explica aquí: https://bit.ly/2bbsNON.
Esa actividad no es única de Facebook. Las redes sociales en general
funcionan gracias a la publicidad. No es ilegal. Google o los servicios de
correo electrónico como Hotmail también operan con publicidad determinada de
acuerdo a nuestras búsquedas, gustos y perfiles. El problema es que la
información que las redes sociales tienen de nosotros nos hace vulnerables si
es que no existe un control adecuado. Se supone que Facebook sabe a qué
compañías les vende la información de acuerdo a las normas de privacidad y
conoce con qué fines y de qué modo permitirá los anuncios.
Pero Cambridge Analytica les sacó la vuelta a las reglas. Obtuvo información
usando de manera poco ética la minería de datos y luego creó anuncios falsos y
métodos para influir en las personas a través de la misma plataforma. ¿Qué potestad
tiene una compañía para acceder sin permiso a nuestra información para recopilarla,
manipularla y vendernos luego una decisión? Las compañías no tienen ese derecho,
aunque ahora existen especialistas en análisis de datos cuyo trabajo a veces
les exige exactamente eso, recopilar información de donde venga como una
especie asolapada de estudio de mercado.
Toda esta situación parece otro cuento sacado de la serie de distopías
tecnológicas Black Mirror. Los datos obtenidos de los millones de usuarios
terminaron por servir a agentes que buscan el poder: las elecciones que
favorecieron a Donald Trump en Estados Unidos y muy probablemente un caso
similar con el Brexit. Por eso -y para terminar-, no se debería desdeñar esta
advertencia de Mario Vargas Llosa:
“Las dictaduras del futuro serán burocracias tecnológicas, muy
avanzadas, que poco a poco irán expropiando la soberanía de los individuos. En
manos del poder la tecnología puede ejercer la dictadura de una manera casi
invisible, manteniendo las apariencias de la legalidad. Es una amenaza real y
muy seria, contra la cual no tenemos armas para luchar”. (Conversaciones en Princeton con Rubén Gallo, Lima, Alfaguara,
2017, p. 262)
César
Antonio Chumbiauca
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