Entre el acceso abierto y la propiedad intelectual
En 1937, H. G. Wells
publicó un ensayo titulado “El cerebro mundial”, en la cual imaginaba un mundo
donde todo el conocimiento estuviera disponible. Varias décadas después, en el
2002, esa idea pudo haberse hecho realidad cuando Google decidió digitalizar millones
de libros para crear una gran biblioteca digital. Lo que al principio fue
tomado con entusiasmo, luego se convirtió en objeto de cuestionamientos sobre
los derechos de los autores y sobre qué pasaría si una compañía como Google
tuviera el poder para monopolizar el acceso al conocimiento.
El acceso abierto es una
idea que ha estado en la mente de personas que soñaron un mundo más libre. A
mediados del siglo pasado, cuando los hippies estaban de moda, nació en cierto
modo de una época en que jóvenes brillantes jugaban con lenguajes de
programación y aparatos para construir colectivamente las primeras computadoras
de escritorio, compartiendo códigos fuente e inventando el software libre.
De esos jóvenes
entusiastas salió el norteamericano Aaron Swartz (1986-2013), considerado un
mártir por los activistas del acceso abierto. Siendo adolescente, fue cocreador
de las RSS y las licencias Creative Commons que hoy se usan cada vez que se
publican contenidos en repositorios de acceso abierto. Cuando se hizo adulto,
denunció malas prácticas en estudios científicos cuyos resultados favorecían a
los intereses de ciertas compañías, y liberó documentos de una base de datos de
documentos jurídicos por los cuales la gente debía pagar por hoja descargada.
Él consideraba que la información pública debería ser de descarga gratuita.
Lo más osado que llegó a
realizar fue ingresar con unas credenciales de la Universidad de Harvard a los
servidores del MIT y descargar más de cuatro millones de artículos de la base
de datos JSTOR. Sin embargo, fue descubierto y acusado. Devolvió los documentos
a la compañía, pero las autoridades federales lo condenaron por cometer delito
informático a 35 años de prisión y al pago de una multa millonaria. Tratando de
arreglar ese asunto, la depresión y otras enfermedades físicas lo agobiaron a
tal punto que a la edad de 26 años se suicidó.
Los activistas ahora ven
en la joven rusokasaja, Alexandra Elbakyan, su sucesora. Elbakyan creó en el
2011 Sci-Hub, la base de datos en la que se encuentran depositadas para su
libre descarga miles de artículos de las revistas cuyas suscripciones tienen un
alto precio. Esta mujer pudo haber sufrido al igual que Aaron Swartz, pues
también pesa sobre ella una multa millonaria, solo que no la paga porque los
delitos que se le imputan se sostienen en normas que no se aplican en su país.
Hay quienes ven en Aaron
Swartz y Alexandra Elbakyen espíritus rebeldes y valientes que se la han jugado
para que el conocimiento no sea privado, sino un bien común. Pero también hay quienes
los censuran por violar otro derecho fundamental que es el de la propiedad
intelectual, considerando que quienes usan Sci-Hub lo hacen más por lo fácil
que es descargar la información desde ahí antes que escribir al autor y
solicitar una copia o asumir el costo cuando se está en posibilidad de pagarlo.
El asunto es polémico. Lo
más inteligente parece ser promover el acceso abierto sin violar la propiedad
intelectual. También caben las acciones colectivas de personas e instituciones
como lo fue el Plan
S, lanzado en septiembre de 2018 para que las publicaciones
académicas financiadas con fondos públicos se depositen en revistas o
repositorios de acceso abierto.
Iniciativas de este tipo
ayudaron a encontrar salidas contra el coronavirus, algo que no se hizo cuando
el ébola acabó con muchas vidas en el África, pues investigaciones que
advertían el peligro y maneras de prevenirlo se publicaron en revistas europeas
cuyos costos de suscripción no podían cubrirse ni siquiera por las autoridades
médicas de países afectados como Liberia. He ahí el criterio que hay que tomar
cuando dos derechos como el acceso al conocimiento y la propiedad intelectual
colisionan.
César Chumbiauca
Sánchez
Imagen principal: Aaron Swartz en la protesta de Demand Progress contra la Ley SOPA | Daniel J. Sieradski. | CC BY-SA 2.0.