La Policía Nacional del Perú informó a través de su cuenta de Twitter haber incautado más de dos millones de soles en libros y obras literarias que se vendían en stands de Lima “sin contar con la autorización correspondiente”. Aunque no se precisa a qué tipo de autorización se refiere, lo primero en qué podemos pensar es que se trata de obras piratas.
Este operativo, sin embargo, no cayó bien a varios tuiteros que criticaron la acción policial considerando que deberían perseguir a extorsionadores y asesinos antes que a vendedores de libros; otras personas salieron a favor de la venta de libros piratas aduciendo que somos un país cuya economía se mueve en buena parte gracias a la informalidad; mientras que otros opinaron que esos libros deberían llevarse a bibliotecas escolares en zonas rurales. Todas esas opiniones son falaces.
En primer lugar, la
piratería es un delito que afecta a todos los actores de la cadena del libro.
Autores, editores y libreros perciben porcentajes de ganancia repartida a
partir de la venta formal. En ese sentido, la policía debe perseguir a asesinos
y extorsionadores, indudablemente, pero también debe realizar su trabajo en lo
que corresponde a la lucha contra la piratería.
Más de dos millones de soles en libros y obras literarias de diferentes autores nacionales y extranjeros incautadas sin contar con la autorización correspondiente, trabajo realizado por agentes de la Policía Fiscal. Tras intervenir a cinco personas en cinco stands de #Lima. pic.twitter.com/b8NSbTUHeT
— Policía Nacional del Perú (@PoliciaPeru) April 21, 2023
El otro punto es que no
se puede justificar la piratería porque los libros sean demasiado caros. Aquí
estamos frente a la problemática de la democratización del libro y la lectura,
aspecto en el cual tienen un papel importante las bibliotecas, entidad
encargada de adquirir los libros y prestarlos precisamente a quienes no pueden
comprarlo. El camino no está en admitir la piratería, sino en facilitar el
acceso. Las bibliotecas, tanto en universidades, escuelas, municipios y
comunidades, son clave.
En tercer lugar, hay que
rechazar la idea de que los libros piratas deban terminar en bibliotecas
escolares de zonas rurales. Los bibliotecarios estamos hartos de aclarar que
donar libros no consiste en entregar material en mal estado y eso incluye
productos piratas. ¿Con libros así queremos fomentar la lectura?
Recuerdo haber visitado
una vez una biblioteca de una universidad privada. La biblioteca tenía varios
ejemplares de libros piratas. Ese era el tipo de material que adquirían para
sus alumnos, hasta que llegó la Sunedu y tuvieron que deshacerse de esos libros
porque no podemos hablar de educación de calidad y dar un servicio con libros
que se deshojan, que están mal enumerados, tienen páginas borrosas y hasta
contienen errores ortográficos.
Jaime Bayly, por ejemplo,
contó en una entrevista para el
periodista Guillermo
Giacosa que en una ocasión autografió para una señora un libro
pirata que contenía varias páginas en blanco. Lo más gracioso es que la señora
creía de verdad que las hojas en blanco eran una propuesta vanguardista del
autor para desconcertar al lector. Se habían burlado de ella.
La piratería continuará mientras no existan otras vías para que los lectores podamos acceder a libros de calidad. Ese es un reto en la agenda de la Política Nacional de la Lectura, el Libro y las Bibliotecas al 2030.
César Chumbiauca Sánchez
Imagen principal: Alexandre Dulaunoy | CC BY-SA 2.0