“La contrarreforma
universitaria nos alerta de un descalabro general en el Perú”, dijo para el
diario La República el rector de la
Pontificia Universidad Católica del Perú, Carlos Garatea. Tiene razón: aunque
el Poder Judicial haya declarado nula la decisión del Congreso de la República
de modificar la Ley Universitaria, al Congreso le importa poco y ha seguido
adelante publicándola en el diario oficial El
Peruano.
El descalabro es evidente
si miramos cómo vamos hoy con respecto a la década pasada, que, en mi opinión,
fue buena para el Perú: teníamos una economía en crecimiento; la educación
universitaria se puso en orden con la aparición de la Superintendencia Nacional
de Educación Superior Universitaria (Sunedu) que puso en jaque a las
universidades-negocio. Había un cierto empuje en ciencia y tecnología cuando se
promueve la ciencia abierta con el lanzamiento del repositorio nacional ALICIA
del Concytec, se financian becas para estudios de posgrado en el extranjero y
se crean políticas para fomentar y sistematizar la producción de conocimiento
científico.
En otros planos, apenas
comenzaba la década, nuestro cine y nuestra literatura eran puestos en vitrina
internacional cuando La teta asustada
fue nominada a un premio Oscar y Mario Vargas Llosa fue galardonado con el
Nobel de Literatura. De la gastronomía, ni qué hablar. Y en los deportes nos
dimos el lujo de organizar los Juegos Panamericanos del 2019 y volvimos al fin
a un mundial de fútbol. Y encima de eso, como nunca antes, pasaban por nuestro
país las grandes estrellas de la historia del rock, gigantes como los Rolling
Stones y los ex Beatles Paul McCartney y Ringo Starr.
¿De verdad nos estaba
yendo bien o era un efecto del buen marketing de la Marca Perú? Estoy de
acuerdo con quienes opinan que la prosperidad de un país no se mide por su
fútbol ni por su gastronomía, que hay otros factores de mucha más importancia como
la educación y la salud, y que el progreso del Perú no solo es el progreso de
Lima. Además, no se puede soslayar que mientras parecía que las cosas iban bien
en varios rubros, en política se había abierto una herida que gangrenaría.
Sucedió desde que Pedro
Pablo Kuczynski fue elegido presidente en el 2016 y el egoísmo partidario se
manifestó sin descaro por la lucha de poder. Luego vino el caso Odebrecht que
enlodaba a los presidentes anteriores y una decadente clase política puesta en
curules y sillones con nuestros propios votos. Y en ese trance nos cogió la
pandemia y ahora nos sacude la crisis económica causada por el conflicto bélico
entre Rusia y Ucrania. Lo lamentable es que, en este contexto, los peruanos
tenemos que liárnoslas con un gobierno vergonzoso que hiede a corrupción, con
la educación sorteada entre los intereses de los congresistas, la delincuencia
campante y un paro cada quince días.
Este es el mes patrio y
la generación del bicentenario parece más la generación a la que le toca vivir
la decadencia. Es la generación de la decadencia del Perú. No hay felices fiestas patrias.