Al final de un artículo de Ignacio Zafra para el diario español
El
País sobre cómo se enseña literatura en las escuelas, dice la profesora
Noelia Isidora que a los jóvenes es normal “que las descripciones largas les
aburran, porque a la mayoría de la sociedad lo largo le aburre. No conectamos
con ello. No creo que sea un problema de la adolescencia”.
En efecto, no es un
problema de la adolescencia. Uno de los postulados que defendió el teórico
canadiense Marshall McLuhan, figura del determinismo tecnológico, es que
nuestras tecnologías configuran nuestras conductas. Y hace rato que nuestras
pantallas nos han acostumbrado a dispersarnos con facilidad, a diferencia de
esa concentración adquirida frente a un libro.
Un lector del siglo XXI definitivamente no lee como un lector del siglo XVIII debido a los contextos tecnológicos diferentes. En un ensayo titulado ¿Hubo una revolución en la lectura a finales del siglo XVIII?, Reinhard Wittmann[1] nos cuenta el frenesí con que se volcó la sociedad hacia el consumo de novelas con una cita que recoge de W. Krauss:
Todo el mundo lee en París […]. Todo el mundo —pero sobre todo las mujeres— lleva un libro en el bolso. Se lee en el coche, en el paseo, en los teatros durante el entreacto, en el café, en los baños. En las tiendas leen las mujeres, los niños, los mozos, los aprendices. Los domingos leen las personas que se sientan delante de sus casas; los lacayos leen en sus asientos, los cocheros en sus escabeles, los soldados que cumplen guardia…
¿Por qué un joven lector
del siglo XVIII podía soplarse largas
descripciones que hoy nos parecen tediosas? ¿Por qué a pesar de eso existía una
manía lectora? Sencillo: porque el libro era el único medio de comunicación, un
medio producido por la tecnología de la imprenta en un periodo que McLuhan
llamó la galaxia Gutenberg. En ese contexto, un escritor de novelas podía
despreocuparse de enganchar a sus lectores desde las primeras páginas y más
bien someterlo a una descripción minuciosa del pueblo donde se desenvolvería la
historia.
Después, con la llegada
de la electricidad, apareció la radio, el cine y la televisión. De un golpe
teníamos en la pantalla todo el telón de fondo que los escritores describían
antaño. Por eso también las novelas, a lo largo del siglo XX, tuvieron que
adoptar técnicas del cine como el flashback o el racconto y ofrecerle al lector
un estilo más dinámico, con menos florituras, o en todo caso usar las
florituras con dosis de gracia, como lo hizo Gabriel García Márquez. Desde
luego, leer una novela y ver una serie en Netflix son placeres distintos, pero
nadie va a negar que el cine y las técnicas como el cliffhanger que utilizan las series están desde hace mucho bien metidos
en la literatura que vende, mientras que, en un sentido de masas, las series
por streaming parecen ser las novelas de nuestros tiempos.
Ahora con nuestros
teléfonos conectados a la red nos vemos afectados por un mundo de inmediatismo,
facilismo, fragmentarismo y superficialismo, los cuatro ismos que repetidas
veces mencionó en sus programas nuestro polígrafo Marco Aurelio Denegri.
Estando las cosas así, un adolescente podrá seguir leyendo una novela extensa,
pero hecha para sus gustos; más aún, está de moda que los adolescentes escriban
para adolescentes en plataformas como Wattpad, produciendo contenidos a veces
antes de manejar adecuadamente las normas ortográficas, las técnicas literarias
o haber leído el Quijote.
¿Significa esto que para
evitar que el Quijote sea olvidado hay que obligar a los chicos a leer sus
páginas? Definitivamente no. Particularmente el Quijote es una de las novelas
que más quiero, me reí tanto, adoré esa mirada tan humanamente tierna de
Cervantes, parecida a la de César Vallejo, pero con un toque de humor y tan
lúdico en su narrativa. Nadie me pidió que leyera el Quijote, solo llegué a él
como un lector sediento. No le pediría a un joven que lea el Quijote, pero las
veces que cuento sobre él, noto que quien me oye siente de pronto cierto
interés.
Tampoco caigamos en el
error de subestimar a todos los jóvenes. Hay chicos exigentes con sus lecturas.
Los grandes clásicos esperarán por siempre a aquellos cultores de la literatura
universal, aunque lo cierto es que cada vez serán menos, inevitablemente menos.
César Antonio Chumbiauca
Imagen principal: .read , por .brioso.
[1] Wittmann, R. (2011). ¿Hubo una revolución en la lectura a finales del siglo XVIII? En G. Cavallo y R. Chartier (Eds.), Historia de la lectura en el mundo occidental. (pp. 425-451). Taurus.