Entre el acceso abierto y la propiedad intelectual

Por El referencista - noviembre 29, 2022


En 1937, H. G. Wells publicó un ensayo titulado “El cerebro mundial”, en la cual imaginaba un mundo donde todo el conocimiento estuviera disponible. Varias décadas después, en el 2002, esa idea pudo haberse hecho realidad cuando Google decidió digitalizar millones de libros para crear una gran biblioteca digital. Lo que al principio fue tomado con entusiasmo, luego se convirtió en objeto de cuestionamientos sobre los derechos de los autores y sobre qué pasaría si una compañía como Google tuviera el poder para monopolizar el acceso al conocimiento.

El acceso abierto es una idea que ha estado en la mente de personas que soñaron un mundo más libre. A mediados del siglo pasado, cuando los hippies estaban de moda, nació en cierto modo de una época en que jóvenes brillantes jugaban con lenguajes de programación y aparatos para construir colectivamente las primeras computadoras de escritorio, compartiendo códigos fuente e inventando el software libre.

De esos jóvenes entusiastas salió el norteamericano Aaron Swartz (1986-2013), considerado un mártir por los activistas del acceso abierto. Siendo adolescente, fue cocreador de las RSS y las licencias Creative Commons que hoy se usan cada vez que se publican contenidos en repositorios de acceso abierto. Cuando se hizo adulto, denunció malas prácticas en estudios científicos cuyos resultados favorecían a los intereses de ciertas compañías, y liberó documentos de una base de datos de documentos jurídicos por los cuales la gente debía pagar por hoja descargada. Él consideraba que la información pública debería ser de descarga gratuita.

Lo más osado que llegó a realizar fue ingresar con unas credenciales de la Universidad de Harvard a los servidores del MIT y descargar más de cuatro millones de artículos de la base de datos JSTOR. Sin embargo, fue descubierto y acusado. Devolvió los documentos a la compañía, pero las autoridades federales lo condenaron por cometer delito informático a 35 años de prisión y al pago de una multa millonaria. Tratando de arreglar ese asunto, la depresión y otras enfermedades físicas lo agobiaron a tal punto que a la edad de 26 años se suicidó.


Los activistas ahora ven en la joven rusokasaja, Alexandra Elbakyan, su sucesora. Elbakyan creó en el 2011 Sci-Hub, la base de datos en la que se encuentran depositadas para su libre descarga miles de artículos de las revistas cuyas suscripciones tienen un alto precio. Esta mujer pudo haber sufrido al igual que Aaron Swartz, pues también pesa sobre ella una multa millonaria, solo que no la paga porque los delitos que se le imputan se sostienen en normas que no se aplican en su país.

Hay quienes ven en Aaron Swartz y Alexandra Elbakyen espíritus rebeldes y valientes que se la han jugado para que el conocimiento no sea privado, sino un bien común. Pero también hay quienes los censuran por violar otro derecho fundamental que es el de la propiedad intelectual, considerando que quienes usan Sci-Hub lo hacen más por lo fácil que es descargar la información desde ahí antes que escribir al autor y solicitar una copia o asumir el costo cuando se está en posibilidad de pagarlo.

El asunto es polémico. Lo más inteligente parece ser promover el acceso abierto sin violar la propiedad intelectual. También caben las acciones colectivas de personas e instituciones como lo fue el Plan S, lanzado en septiembre de 2018 para que las publicaciones académicas financiadas con fondos públicos se depositen en revistas o repositorios de acceso abierto.

Iniciativas de este tipo ayudaron a encontrar salidas contra el coronavirus, algo que no se hizo cuando el ébola acabó con muchas vidas en el África, pues investigaciones que advertían el peligro y maneras de prevenirlo se publicaron en revistas europeas cuyos costos de suscripción no podían cubrirse ni siquiera por las autoridades médicas de países afectados como Liberia. He ahí el criterio que hay que tomar cuando dos derechos como el acceso al conocimiento y la propiedad intelectual colisionan.

 

César Chumbiauca Sánchez

Imagen principal: Aaron Swartz en la protesta de Demand Progress contra la Ley SOPA | Daniel J. Sieradski. CC BY-SA 2.0.

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