El dos veces presidente de la República no era necesariamente un intelectual, era un político que leía, y aunque publicó algunos libros, no destacó en la escritura, sino en la oratoria. La palabra era su recurso más valioso y con eso enamoró a las masas, quiere decir esto que Alan García aprovechó a su gusto el ‘poder’ de la lectura.
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Por César Antonio Chumbiauca
Se dice del expresidente
Alan García, quien con sus manos acabó súbitamente con su vida, que era un
hombre culto, inteligente y buen lector. Por supuesto que lo era, porque era
evidente en su elocuencia, en sus fórmulas oratorias para encantar a la
audiencia y hasta en esa sonrisa que seguramente dibujaban también los sofistas
griegos para empequeñecer a sus contrincantes.
Sin embargo, ¿a dónde
pueden llevar tantos libros leídos? Cada vez estoy más seguro que los libros
por sí solos no nos hacen ni buenas ni mejores personas. Alguien que lee mucho
lo que adquiere es mayor conocimiento, una ventaja sobre aquellos que no leen
nada o casi nada (o que leen tonterías, que es lo mismo), y entonces puede usar
ese activo para hacer el bien con sabiduría o para aprovecharse de los demás,
para engañarlos con sutilezas, dominarlos si quiere.
Los libros son peligrosos
porque invitan a cuestionar el orden establecido, nos hacen conscientes y por
lo tanto tenemos la oportunidad de elegir. Génesis, 2: 16-17 dice: “Y mandó
Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer; mas del
árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él
comieres, ciertamente morirás”. ¿Será mejor conocer la verdad cruda que muchas
veces se encuentra en los libros o vivir feliz en la ignorancia? Marco Aurelio
Denegri subraya lo dicho a continuación por Fernando Savater en Apología del sofista: “No concibo que el
pensamiento facilite la vida; la arriesga, la compromete, la zapa en la mayoría
de los casos; por eso quizá sea la forma más alta de la vida humana que
conocemos, porque es la más antivital, la que nos pone al borde de perderlo
todo sin ofrecernos nada a cambio, salvo horror, soledad y locura”. (MAD: sexo, amor y otros placeres de la
lengua. Lima: Debate, 2018, p. 203.)
Las personas que leen
tienen poder, y más aún si sus conocimientos van acompañados de una
personalidad arrasadora, segura de sí misma y calculadora. Esto fue parte del
carácter de Alan García. Un hombre a quien, quiéranlo o no, hay que reconocer
algunas obras en favor de la cultura, como la construcción del Gran Teatro
Nacional y la fundación de la Casa de la Literatura Peruana.
Por todas sus lecturas y
discursos, ¿fue un humanista Alan García? En el sentido académico desde luego
que no, pero desde la política tuvo aires de un Maquiavelo, es decir, sabía
cómo debía moverse en el mundo de intrigas, traiciones y trampas que son
propias del comportamiento político, sabía lo que tenía que hacer y decir sin
perder la compostura, aunque en los últimos años esa sagacidad parecía
desfallecer hasta tornarse en agresión, luego en aversión carcelaria y finalmente en suicidio.
Los libros, a muchos, nos
hacen soñar con la gloria, la eternidad en la mente de los hombres, la
trascendencia. Alan García ha trascendido, para algunos como un cobarde y para
otros como un héroe, pero ha trascendido al fin de cuentas y sobre él se va
a hablar y escribir mucho, incluso si se probara tajante los cargos
judiciales que dejó en suspenso, es decir, inclusive siendo un villano, pasará
a la historia y será una figura inspiradora para algunos porque la maldad, si
es inteligente, seduce.
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Pida la palabra fue uno de los libros en los que resaltaba la importancia del buen hablar.