Leer para dominar: Alan García Pérez

Por Cesar Antonio Chumbiauca - abril 25, 2019

El dos veces presidente de la República no era necesariamente un intelectual, era un político que leía, y aunque publicó algunos libros, no destacó en la escritura, sino en la oratoria. La palabra era su recurso más valioso y con eso enamoró a las masas, quiere decir esto que Alan García aprovechó a su gusto el ‘poder’ de la lectura.

Foto: GEC

Por César Antonio Chumbiauca

Se dice del expresidente Alan García, quien con sus manos acabó súbitamente con su vida, que era un hombre culto, inteligente y buen lector. Por supuesto que lo era, porque era evidente en su elocuencia, en sus fórmulas oratorias para encantar a la audiencia y hasta en esa sonrisa que seguramente dibujaban también los sofistas griegos para empequeñecer a sus contrincantes.

Sin embargo, ¿a dónde pueden llevar tantos libros leídos? Cada vez estoy más seguro que los libros por sí solos no nos hacen ni buenas ni mejores personas. Alguien que lee mucho lo que adquiere es mayor conocimiento, una ventaja sobre aquellos que no leen nada o casi nada (o que leen tonterías, que es lo mismo), y entonces puede usar ese activo para hacer el bien con sabiduría o para aprovecharse de los demás, para engañarlos con sutilezas, dominarlos si quiere.

Los libros son peligrosos porque invitan a cuestionar el orden establecido, nos hacen conscientes y por lo tanto tenemos la oportunidad de elegir. Génesis, 2: 16-17 dice: “Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás”. ¿Será mejor conocer la verdad cruda que muchas veces se encuentra en los libros o vivir feliz en la ignorancia? Marco Aurelio Denegri subraya lo dicho a continuación por Fernando Savater en Apología del sofista: “No concibo que el pensamiento facilite la vida; la arriesga, la compromete, la zapa en la mayoría de los casos; por eso quizá sea la forma más alta de la vida humana que conocemos, porque es la más antivital, la que nos pone al borde de perderlo todo sin ofrecernos nada a cambio, salvo horror, soledad y locura”. (MAD: sexo, amor y otros placeres de la lengua. Lima: Debate, 2018, p. 203.)

Las personas que leen tienen poder, y más aún si sus conocimientos van acompañados de una personalidad arrasadora, segura de sí misma y calculadora. Esto fue parte del carácter de Alan García. Un hombre a quien, quiéranlo o no, hay que reconocer algunas obras en favor de la cultura, como la construcción del Gran Teatro Nacional y la fundación de la Casa de la Literatura Peruana.

Por todas sus lecturas y discursos, ¿fue un humanista Alan García? En el sentido académico desde luego que no, pero desde la política tuvo aires de un Maquiavelo, es decir, sabía cómo debía moverse en el mundo de intrigas, traiciones y trampas que son propias del comportamiento político, sabía lo que tenía que hacer y decir sin perder la compostura, aunque en los últimos años esa sagacidad parecía desfallecer hasta tornarse en agresión, luego en aversión carcelaria y finalmente en suicidio.

Los libros, a muchos, nos hacen soñar con la gloria, la eternidad en la mente de los hombres, la trascendencia. Alan García ha trascendido, para algunos como un cobarde y para otros como un héroe, pero ha trascendido al fin de cuentas y sobre él se va a hablar y escribir mucho, incluso si se probara tajante los cargos judiciales que dejó en suspenso, es decir, inclusive siendo un villano, pasará a la historia y será una figura inspiradora para algunos porque la maldad, si es inteligente, seduce. 



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Pida la palabra fue uno de los libros en los que resaltaba la importancia del buen hablar.

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