La palabra y el presidente

Por El referencista - noviembre 25, 2020

 


Por César Antonio Chumbiauca. 

“El hombre más sabio que he conocido en toda mi vida no sabía leer ni escribir”, dijo José Saramago en su discurso de aceptación del Premio Nobel en 1998. Sin embargo, el novelista portugués no quiso con esto desacreditar la lectura y la escritura, sino la pedantería. Para Saramago los libros son el medio para no dejar de asombrarse, por eso admiraba a su abuelo, porque “era capaz de poner el universo en movimiento apenas con dos palabras”.

Con la elección del nuevo presidente del Perú, Francisco Sagasti, se ha resaltado nuevamente la figura del hombre culto, del hombre que lee, en el cargo supremo de la nación. Y la población lo ha tomado a bien porque quería una persona decente representándola. Decente porque muchos no se identificaban con otro expresidente que leía, Alan García, que, si bien era un tremendo orador y había escrito algunos libros, tenía serias acusaciones por corrupción.

Y es que la lectura no sirve en absoluto para hacernos buenas o malas personas. Cuando alguien me pregunta cómo fue posible que un lector como Hitler hubiese cometido genocidio, respondo con la parábola del sembrador que Jesús narra en el Nuevo Testamento, pues ahí queda claro que la semilla es la palabra y esta da sus frutos dependiendo en qué tipo de superficie caiga, es decir, nosotros somos la superficie hecha de nuestro temperamento y nuestros traumas:

He aquí, el sembrador salió a sembrar. Y mientras sembraba, parte de la semilla cayó junto al camino; y vinieron las aves y la comieron. Parte cayó en pedregales, donde no había mucha tierra; y brotó pronto, porque no tenía profundidad de tierra; pero salido el sol, se quemó; y porque no tenía raíz, se secó. Y parte cayó entre espinos; y los espinos crecieron, y la ahogaron. Pero parte cayó en buena tierra, y dio fruto, cuál a ciento, cuál a sesenta, y cuál a treinta por uno. El que tiene oídos para oír, oiga (Versión Reina-Valera 1960).

El nuevo presidente también nos deja entrever que los grados académicos nunca lo son todo. No tener un título como Manuel Merino nos hizo sospechar de su capacidad para tomar decisiones. Cuántos jóvenes quemándose las pestañas, cuántos padres haciendo sacrificios para que sus hijos terminen la universidad y al final, para dirigir un país, la preparación no importa; pero tener un doctorado en el extranjero como César Acuña y demostrar una enorme pobreza de vocabulario y perspectiva filosófica, también nos impide vislumbrar una visión de país más allá de sus ambiciones personales, lo que la mayor parte de las veces solo causa mofa en hartos memes. Sagasti, en cambio, es un académico auténtico que además se ha cultivado.

Ahora, tengamos en cuenta que un hombre que ha leído mucho, que recita a Vallejo y que es respaldado por sus pergaminos académicos, si bien nos da algo de esperanza, no garantiza nada, pues al fin y al cabo es un ser humano que no es ajeno a los embates de la conspiración política. Una lectura de la novela de Marguerite Yourcenar, Memorias de Adriano, nos podrá advertir que incluso un hombre justo y culto, en ocasiones tiene que tomar decisiones cuestionables para salvar su cabeza de los jaques de sus enemigos políticos. Si se quiere, podemos dejar a Adriano a un lado y pensar en Abraham Lincoln, quien puso fin a la esclavitud en los EE. UU. utilizando métodos corruptos.

Y un último detalle: leer es escuchar. Escuchar en el sentido de callar para prestar atención a quien tiene algo que decir. Eso es algo que los políticos envanecidos suelen decir, pero no hacer, pues a la hora de la hora solo aceptan su propia verdad, y ya sabemos que mientras menos conocimientos tenga una persona, más pequeña es su visión del mundo, por lo tanto, sus certezas son peligrosas, su miopía de entendimiento incluso puede llegar a insultar la inteligencia, como lo hizo Millán-Astray contra Miguel de Unamuno aquel 12 de octubre de 1936 en la Universidad de Salamanca.

Con perdón de los ateos, cierro este artículo citando unos versículos que, a mi parecer, y considerando las manifestaciones recientes de un pueblo enardecido por la bajeza de sus autoridades, toman mucha fuerza:

La sabiduría clama en las calles,

alza su voz en las plazas;

 

clama en los principales lugares de reunión;

en las entradas de las puertas de la ciudad dice sus razones.

 

¿Hasta cuándo, oh simples, amaréis la simpleza,

y los burladores desearán el burlar,

y los insensatos aborrecerán la ciencia?

 

(Proverbios 1, 20-22)


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