Mi suegro me contó que
cuando sus hijos eran pequeños, les hacía leer periódicos porque el dinero no
alcanzaba para comprar libros. Y funcionó. Solo había un detalle: les decía que
leer susurrando era incorrecto, que así no se lee, que se lee en silencio. ¿De
dónde sacó la idea de que susurrar era incorrecto? Así le enseñaron y así lo
transmitió, pero reflexionando sobre el tema, recordé que la lectura susurrada
era la más efectiva hace algunos siglos.
En la Edad Media, los
monjes practicaban tres ejercicios para fortalecer su vida espiritual: la
lectura (legere), la meditación (meditari) y la contemplación (contemplari)[1]. De estos, la lectura se
concentraba en el estudio de la Sacra
Scriptura, la palabra de Dios, y se realizaba aplicando una de estas tres técnicas:
la lectura in silentio, que no era
tan común; la ruminatio, en el que se
murmullaba para uno mismo con el fin de asimilar mejor el texto y memorizarlo;
y la pronunciatio, que estaba
vinculada a la lectura en comunidad[2].
De los tres tipos de lectura,
el término ruminatio es el que lleva
un nombre metafórico que refiere al acto de rumiar, como hacen los animales que
mastican despacio y por segunda vez el alimento que han ingerido. Y como “no
solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”
(Mateo 4. 4), el hombre se alimenta de la palabra de Dios, a la que vuelve una
y otra vez.
Ruminatio
era por lo tanto masticar las palabras, mover la boca y leer en voz baja, como
para sí mismo, porque en ese entonces el acto de leer estaba vinculado al acto
de oír, como afirma Jean Lecrercq citado por Henri-Jean Martin[3]:
“Más
que una memoria visual de las palabras escritas, resulta de ello una memoria
muscular de las palabras pronunciadas, una memoria auditiva de las palabras
escuchadas… Este repetido machaconeo de la palabra divina (ruminatio) se evoca a veces con el tema de la nutrición
espiritual”.
Los monjes que leían de
esta manera también lo hacían para memorizar. ¿Alguna vez ha leído de esta
manera? Una lectura se realiza de esta forma cuando nos preparamos para
responder un examen, leer un discurso o aprender las líneas de un guión. Hoy en
día podemos leer en silencio, pero antes la lectura susurrada era con toda
seguridad más efectiva, porque ayudaba a comprender mejor los textos ante la
ausencia de todos los artilugios que se fueron creando con el paso de los
siglos para leer en silencio. ¿Se imagina leer un texto sin signos de
puntuación, con las letras pegadas y sin división entre párrafos? Todo eso fue
inventándose con el paso del tiempo, durante la Edad Media y después con la
aparición de la imprenta, en la que se fueron fijando paulatinamente las
tipografías, las secciones y las divisiones que hoy en día nos parecen tan
naturales.
La segunda acepción de rumiar que aparece en el DRAE es
interesante: “Considerar despacio y pensar con reflexión y madurez algo”. Hay
que recordar que la lectura de la Biblia obedece a una lectura de tipo
intensiva (lectura reiterada de un libro), y, por lo tanto, la ruminatio tenía esa intención que daba
paso a la meditación y a la contemplación.
La ruminatio, por lo tanto, era una manera de asimilar profundamente
un texto, gesticulando y saboreando las palabras. Leer así no tiene nada de
malo, a menos que nos encontremos en un espacio como en una biblioteca donde
nuestro susurro podría desconcentrar a los demás.
[1] Hamesse, J. (2011). El modelo escolástico
de la lectura. En G. Cavallo y R. Chartier (Eds.), Historia de la lectura en el mundo occidental. (p.
146). Taurus.
[2]
https://www.ucm.es/quidestliber/ruminatio
[3]
Martin, H. (1999). Historia y poderes de lo escrito. (p. 88). Trea.
Imagen principal: Dawn Hudson. "Viejo sabio". Dominio público.