Lo
he escuchado en otras ocasiones. Una es la del hoy presidente presidiario Pedro
Castillo, que dijo lo siguiente cuando era candidato: “Yo no
necesito leer el libro que viene de la biblioteca que está allá polveándose
porque la biblioteca está en mi nariz, porque la biblioteca la siento, la
camino, la vivo”.
Algo
parecido se dice en la canción “La vuelta al mundo” de Calle 13. Aunque en
general la canción me gusta, hay un verso que dice algo que no comparto: “No me
regales más libros porque no leo. Lo que he aprendido es porque lo veo”. Yo
creo que René Pérez sí lee. En fin, seguramente lo que quiso decir el cantante
es que hay que salir a vivir.
Tal
vez habrán escuchado a algún familiar, amigo o conocido que lo que aprendió no
lo descubrió en los libros, sino de la maestra vida, de la calle. Y eso es
cierto. La experiencia es muy importante. Hay personas que lo han aprendido
todo así porque nunca tuvieron la oportunidad de acceder a los libros o a una
buena educación, como algunos abuelos que vivieron su niñez y juventud en
familias pobres, viéndose obligados a trabajar desde muy temprano.
Pero
la situación es distinta para quien, teniendo la oportunidad de acceder a los
libros, los desprecia; simplemente no le gusta, le aburre. Lástima, porque no
sabe de lo que se pierde. Porque ya lo dijo Alfredo Mires: “Leer es también
sembrar la evidencia de que la previa lectura del mundo no ha sido en vano” (El libro entre los hijos de Atahualpa, BNP,
2021, p. 50).
Aunque
en la escuela nos enseñan a leer y escribir, si no aprovechamos esto se corre
el riesgo de caer en la categoría de analfabeto funcional, más aún cuando
pasamos un tiempo excesivo frente a las pantallas de la televisión o el
teléfono mirando cosas banales. Lo conveniente sería complementar lo que vemos
con buenos libros. Lo dice Giovani Sartori en Homo videns: la sociedad teledirigida (Taurus, 1997, p. 54):
“Así
pues, la tesis es que el hombre que lee y el hombre que ve, la cultura escrita
y la cultura audio-visual, dan lugar a una síntesis armoniosa. A ello respondo
que si fuera así, sería perfecto. La solución del problema debemos buscarla en
alguna síntesis armónica. Aunque de momento los hechos desmienten, de modo
palpable, que el hombre que lee y el homo
videns se estén integrando en una
suma positiva. La relación entre los dos -de hecho- es una «suma negativa»
(como un juego en el cual pierden todos)”.
Es
importante experimentar y también estar enterado de aquello que deseamos
conocer. ¿No es acaso más emocionante haber leído sobre las pirámides de Egipto
o sobre Machu Picchu antes de conocer estos hermosos lugares y, al llegar,
disfrutarlo a plenitud más allá de solo tomarse fotos para presumirlas en
Instagram?
Esto
pasa con otras cosas también. Si uno va a un museo o a un concierto de ballet puede experimentar, puede ver,
pero tal vez no puede apreciar a plenitud porque no ha formado la sensibilidad
que le permita comprender la estética por la que apuesta el artista y el mundo
interno que nos trata de transmitir.
Hay
que salir a conocer el mundo, desde luego, hay que vivirlo plenamente, y si
vamos informados, si llevamos un buen libro con nosotros, mucho mejor. A mis
amigos extranjeros que visitan el Perú, especialmente el Cusco, suelo
recomendarles leer previamente Los ríos
profundos de José María Arguedas, a través del cual pueden ver la ciudad
con ojos de otro tiempo, como si la desnudaran de su modernidad, sus
restaurantes y hoteles de lujo, y vean así sus caminos y calles de un modo
diferente, para que busquen los contrastes y sientan el eco del pasado, que no
solo está en los sitios sagrados, sino en todos los lugares por donde
transitan.
César Chumbiauca Sánchez
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Imagen principal: LearningLark en Flickr (CC BY 2.0).