No hace falta leer para aprender

Por El referencista - septiembre 25, 2024


Lo he escuchado en otras ocasiones. Una es la del hoy presidente presidiario Pedro Castillo, que dijo lo siguiente cuando era candidato: “Yo no necesito leer el libro que viene de la biblioteca que está allá polveándose porque la biblioteca está en mi nariz, porque la biblioteca la siento, la camino, la vivo”.

Algo parecido se dice en la canción “La vuelta al mundo” de Calle 13. Aunque en general la canción me gusta, hay un verso que dice algo que no comparto: “No me regales más libros porque no leo. Lo que he aprendido es porque lo veo”. Yo creo que René Pérez sí lee. En fin, seguramente lo que quiso decir el cantante es que hay que salir a vivir.

Tal vez habrán escuchado a algún familiar, amigo o conocido que lo que aprendió no lo descubrió en los libros, sino de la maestra vida, de la calle. Y eso es cierto. La experiencia es muy importante. Hay personas que lo han aprendido todo así porque nunca tuvieron la oportunidad de acceder a los libros o a una buena educación, como algunos abuelos que vivieron su niñez y juventud en familias pobres, viéndose obligados a trabajar desde muy temprano.

Pero la situación es distinta para quien, teniendo la oportunidad de acceder a los libros, los desprecia; simplemente no le gusta, le aburre. Lástima, porque no sabe de lo que se pierde. Porque ya lo dijo Alfredo Mires: “Leer es también sembrar la evidencia de que la previa lectura del mundo no ha sido en vano” (El libro entre los hijos de Atahualpa, BNP, 2021, p. 50).

Aunque en la escuela nos enseñan a leer y escribir, si no aprovechamos esto se corre el riesgo de caer en la categoría de analfabeto funcional, más aún cuando pasamos un tiempo excesivo frente a las pantallas de la televisión o el teléfono mirando cosas banales. Lo conveniente sería complementar lo que vemos con buenos libros. Lo dice Giovani Sartori en Homo videns: la sociedad teledirigida (Taurus, 1997, p. 54):

“Así pues, la tesis es que el hombre que lee y el hombre que ve, la cultura escrita y la cultura audio-visual, dan lugar a una síntesis armoniosa. A ello respondo que si fuera así, sería perfecto. La solución del problema debemos buscarla en alguna síntesis armónica. Aunque de momento los hechos desmienten, de modo palpable, que el hombre que lee y el homo videns se estén integrando en una suma positiva. La relación entre los dos -de hecho- es una «suma negativa» (como un juego en el cual pierden todos)”.

Es importante experimentar y también estar enterado de aquello que deseamos conocer. ¿No es acaso más emocionante haber leído sobre las pirámides de Egipto o sobre Machu Picchu antes de conocer estos hermosos lugares y, al llegar, disfrutarlo a plenitud más allá de solo tomarse fotos para presumirlas en Instagram?

Esto pasa con otras cosas también. Si uno va a un museo o a un concierto de ballet puede experimentar, puede ver, pero tal vez no puede apreciar a plenitud porque no ha formado la sensibilidad que le permita comprender la estética por la que apuesta el artista y el mundo interno que nos trata de transmitir.

Hay que salir a conocer el mundo, desde luego, hay que vivirlo plenamente, y si vamos informados, si llevamos un buen libro con nosotros, mucho mejor. A mis amigos extranjeros que visitan el Perú, especialmente el Cusco, suelo recomendarles leer previamente Los ríos profundos de José María Arguedas, a través del cual pueden ver la ciudad con ojos de otro tiempo, como si la desnudaran de su modernidad, sus restaurantes y hoteles de lujo, y vean así sus caminos y calles de un modo diferente, para que busquen los contrastes y sientan el eco del pasado, que no solo está en los sitios sagrados, sino en todos los lugares por donde transitan.

 

César Chumbiauca Sánchez

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Imagen principal: LearningLark en Flickr (CC BY 2.0).

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