«Fundar bibliotecas
equivalía a construir graneros públicos, amasar reservas para un invierno del
espíritu que, a juzgar por ciertas señales y a mi pesar, veo venir».
Marguerite
Yourcenar
Memorias de Adriano
Publio Elio Adriano; Roma, 76 - Baia, 138 |
Si a mí me
tocara dictar el curso de Administración en la universidad, luego de haber enseñado la
teoría administrativa y los conceptos más importantes, completaría el estudio con
una lectura un poco más profunda que los exitosos libros de David Fischman.
Leeríamos el Tellus Stabilita, que es
la sección tercera de Memorias de Adriano,
la novela histórica sobre el emperador romano del siglo II, escrito por la
francesa Marguerite Yourcenar (1903-1987). La traducción al castellano es de
Julio Cortázar, así que es una joya. Memorias
de Adriano es un libro que habla de todo, de filosofía, de arte, de la
vejez y la juventud, las leyes, la libertad… Pero sobre todo habla de organizar
y ordenar.
La primera parte
del libro empieza deslumbrándonos con la filosofía estoica del emperador, ya
viejo, pero abierto completamente para aconsejar a Marco Aurelio, un futuro
sucesor al trono. Adriano recorre capítulos de su juventud y su formación, así
como sus ansias de llegar a convertirse en emperador: «Quería el poder. Lo
quería para imponer mis planes, ensayar mis remedios, restaurar la paz. Sobre
todo lo quería para ser yo mismo antes de morir».
Trajano, su
predecesor, mantuvo una política militar expansionista. Cuando Adriano subió al
poder, suprimió las ambiciones territoriales de su tío Trajano y forjó unas
legiones preocupadas en defender las fronteras, con lo cual el régimen se podía
dedicar a reorganizar todo el aparato burocrático del imperio. Es sabido que Adriano
fue uno de los más grandes administradores del mundo antiguo. Su personalidad,
reconstruida ficcionalmente por Yourcenar, nos enseña la importancia de la
tenacidad del carácter para tomar las decisiones más audaces y hacer respetar
las normas. Adriano fue un verdadero líder, preparado militar e
intelectualmente, es decir, fue un hombre que combinaba con rigor la disciplina
y la inteligencia. Procuró mantener un buen clima en las relaciones con el
ejército que hacía y deshacía emperadores; para esto los visitaba, participaba
con ellos, les implementó tecnología militar, comió con ellos su sencillo
alimento y procuró humanizarlos. También derogó leyes inútiles y fue duro con la
ética aristocrática, así que se enfrentó a los patricios que maltrataban a sus
esclavos. Además tuvo una noción muy clara de lo que significaba delegar
funciones. Él quiso hacerlo todo, supervisar las finanzas, la política, las
leyes. Quiso lo mejor para Roma tal y como lo tenía en su cabeza; sin embargo,
un solo hombre no podía ver por todo el imperio, por eso Adriano eligió a
especialistas que compartieran sus ideas, los más aptos, y les designó cargos
importantes para la administración del imperio. Adriano reorganizó el sistema
burocrático, pero como sabemos la mediocridad de los futuros emperadores no
supo perfeccionar las reformas de este hombre.
Leer Memorias de Adriano es apasionante. Por
supuesto que los juicios y opiniones no son los del emperador, sino de la
autora, tan profunda como literaria. Yourcenar, en boca de Adriano, nos
demuestra con gran legibilidad lo que es tener realmente una visión y, por
ende, reconocer cabalmente cuál es en la vida nuestra misión.
César Chumbiauca
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