Tres movimientos epistemológicos se evidenciaron durante 1982 y 1999 en las publicaciones de las famosas revistas American Archivist y Archivaria. Tema del debate: la pertinencia de teorizar.
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Archivista | Imagen: University of Oregon Libraries. |
Por César Antonio Chumbiauca.
Con demasiada frecuencia,
la teoría de los archivos es trivial, exagerada, innecesaria o irrelevante”, es
lo que pensaba John
W. Roberts, un archivista norteamericano que a fines de los 80 se
posicionaba en contra de los esfuerzos por encontrar una “teoría válida para la
misión archivística general”.
Eso es lo que nos cuentan
los profesores Rodrigo Fortes de Ávila, María Teresa Navarro de Britto Matos y
Miguel Ángel Rendón Rojas en un artículo publicado en la revista Investigación
Bibliotecológica: archivonomía, bibliotecología e información. Su trabajo
se titula “Teorizar
la teoría: un debate sobre la independencia epistemológica archivística”, estudio
para el cual recopilaron una serie de discusiones difundidas en las revistas American
Archivist y Archivaria entre los años 1982 y 1999.
Ahí entendemos que la
postura de John Roberts nace del desacuerdo frente “a las provocativas
reflexiones de Frank Burke”, un archivero que cuestionaba el perfil práctico de
la formación archivística, pues creía que “los alumnos aprenden qué y cómo,
pero no por qué”. Sus ideas poco a poco fueron secundadas por otros colegas
quienes comenzaron a comparar la Archivística con la Historia y a preguntarse
sobre cuál es “la verdad archivística”.
Es entonces que Roberts
se manifiesta publicando un artículo en la revista American Archivist en
1987. Lo hace porque cree que la Archivística es valiosa precisamente
por sus principios prácticos, principios como el de procedencia, por lo que
teme que la contemplación teórica afanosa por leyes universales resulte
contraproducente al aplicarse en problemas particulares.
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"Archival Theory: Myth or Banality?", es uno de los artículos que John W. Roberts publicó en The American Archivist |
Sin embargo, a partir de 1994, comienza a ser más ácido en sus acusaciones y a usar argumentos psicológicos para llamar la atención sobre un supuesto complejo de inferioridad de la Archivística. Desde su perspectiva, lo que querían los teóricos universales era darle ‘prestigio’ a la disciplina, tener un estatus como lo tenía la Historia y no “ocupar el ‘bajo clero’ de la jerarquización organizacional burocrática”. Era un asunto de imagen social.
Ante esto, otros
personajes como Terry Eastwood rechazarían las ideas de Roberts y se enfocarían
en consensuar la teoría y la práctica, con lo cual llegaron a reivindicar la
autonomía de la Archivística como “un cuerpo coherente de conocimiento”. A este
apartado, los autores llaman “La teoría como fundamento de cientificidad”. Pero
luego describirán una visión más moderna, “La teoría como transgresión”, donde
ya no se discute si la teoría es importante o no, sino que el entendimiento
positivista de la teoría archivística salta a las filas de las ciencias
sociales, con lo cual explora las bases de su esencia en su función social, en
sus acciones.
El artículo de los
profesores Fortes, Navarro y Rendón expone con claridad todo este debate. En
las aulas de formación archivística este tema podría despertar la curiosidad
epistemológica a más de uno. Es una humilde recomendación.
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