Mujeres comerciantes de libros en los siglos XVI y XVII
En la historia del libro
es fácil recordar escritoras y poetas si del aporte femenino se trata, por
ejemplo, sor Juana Inés de la Cruz. Eso se debe a que los literatos y literatas
son la cara más visible de la producción libresca. Pero pensemos en las otras personas
que participan en el circuito; pensemos en impresoras, editoras, libreras… Es
difícil mencionar algún nombre, ¿cierto?
Afortunadamente hay diversos
estudios que se han dedicado a rescatar nombres de mujeres en la historia del
libro, al menos desde que Gutenberg inventó la imprenta. Para eso, quienes
investigan al respecto realizan exhaustivas revisiones de libros antiguos,
fijándose especialmente en la información del pie de imprenta, un espacio que
para muchos lectores puede pasar desapercibido, pero que para bibliógrafos y
catalogadores es imprescindible.
Con el pie de imprenta los investigadores recaban los nombres de impresoras, mercaderas de libros y hasta financistas de obras durante el siglo XVI y XVII. Una vez que recuperan esos datos, ahondan en la persona examinando documentos de archivos y otras fuentes. A diferencia de los varones que alcanzaron fama hasta como impresores, con las mujeres es difícil seguir el rastro, pues con suerte la mayor parte de la información se obtiene de documentos jurídicos donde fueron registrados las solicitudes y reclamos que estas señoras hacían al rey para obtener el privilegio de imprimir una obra o para defender sus negocios en las cortes.
Los investigadores
afirman que muchas mercaderas e impresoras heredaban el negocio de sus esposos
al enviudar. Como podía no haber otro sustento para su familia, asumían la
responsabilidad. También observan que, aunque es posible que por necesidad del
oficio supieran leer y escribir, existieron reclamos y desconfianza por parte
de hombres que no las veían con destrezas para revisar los textos, argumentando
que en las correcciones solían colarse errores. Obviamente, eran tiempos en que
las mujeres no recibían la misma educación que los hombres, por lo que muchas
eran analfabetas. Esto fue motivo para que un segundo esposo o un hijo
justificara adueñarse del negocio.
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Mujeres impresoras. Portal recopilatorio de la Biblioteca Nacional de España. |
Alejandra Ulla Lorenzo, de la Universidad Internacional de La Rioja, ha dedicado varios trabajos al rescate de estas mujeres. “¿Viudas de mercaderes o verdaderas mercaderas? Mujer y comercio de libros en los siglos XVI y XVII” (Hipogrifo, vol. 6, 2018), es una síntesis con imágenes de portadas donde vemos nombres como el de doña María de Armenteros, quien se hizo cargo de costear y vender la primera edición ilustrada de Vida y hechos del ingenioso caballero don Quijote de la Mancha en 1674. Asimismo, otro trabajo más reciente de Ulla Lorenzo se titula “Sobre los universos discursivos de impresoras y libreras en la España de la Edad Moderna” (Hipogrifo, vol. 9, núm. 1, 2021), donde remarca las percepciones que estas mujeres tuvieron del negocio editorial “a cuyo desarrollo contribuyeron de forma activa”.
Sobre un caso particular
de defensa frente a un segundo esposo y un hijo que querían apropiarse del
negocio, Javier Ruiz Astiz publicó “Isabel de Labayen: impresora y editora en la Pamplona del
siglo XVII” (Investigación
Bibliotecológica, vol. 35, núm. 88, 2021). Sobre esta investigación, el
autor señala que su intención es “denunciar el olvido y la ausencia sistemática
de las mujeres en la historia del libro y de la imprenta”.
En Hispanoamérica, según
un comentario del profesor Pedro Guibovich Pérez, del Departamento de
Humanidades de la PUCP, hubo mujeres impresoras en el México colonial,
territorio en el que se desarrolló un próspero mercado editorial. De hecho, el
mercado estuvo tan copado allá que, para abrir nuevos espacios comerciales,
Antonio Ricardo tuvo que dejar a su mujer y venir al Perú en 1581 para
convertirse en el primer impresor en la historia del Perú. Sin embargo, no se
ha escrito —o no se ha difundido— alguna investigación sobre mujeres impresoras
en el Perú durante el virreinato. “Puede que haya habido alguna que al enviudar
heredara la imprenta de su marido”, ha comentado el profesor Guibovich, pero al
cierre de esta nota no se ha podido comprobar.
César Antonio
Chumbiauca
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