El conocimiento experto y la sociedad de la ignorancia

Por El referencista - noviembre 27, 2021

 


“Es grotesco que David Cameron, con el escuálido objetivo parroquial de silenciar al ala de su partido, que se inclina por el UKIP (Partido de la Independencia del Reino Unido), se haya jugado nuestro futuro y se lo haya entregado a una chusma de votantes ignorantes como yo”. Eso es lo que escribió en 2017 el biólogo Richard Dawkins acerca del referéndum en el que los británicos decidieron apartarse de la Unión Europea. Dawkins expresó entonces que debido a que la mayor parte de los británicos desconocían sobre economía y política internacional, lo mejor debía ser encargar una decisión de esa naturaleza a los expertos.

A primera impresión parece sensata la propuesta de Dawkins de no dejar participar a quienes no cuentan con los conocimientos necesarios para tomar una decisión tan delicada. Yuval Noah Harari ha dicho al respecto: “Los referéndums y las elecciones tienen siempre que ver con los sentimientos humanos, no con la racionalidad humana. Si la democracia fuera un asunto de toma de decisiones racionales, no habría ninguna razón para conceder a todas las personas los mismos derechos de voto o quizá ningún derecho de voto”.[1]

Desde que leí aquello, pensé que era razonable que las decisiones complejas sean tomadas, en efecto, solo por personas dedicadas a su estudio y ejercicio. Si se trata de un tema agrario, convocar a ingenieros agrícolas y agricultores; si es un asunto de salud pública, solo a la comunidad científica y médica; si se trata de educación, a investigadores de la educación y profesores. Los demás, ¿qué podríamos decir si no estamos familiarizados con esos asuntos?

Sin embargo, al leer La sociedad de la incultura[2], de Gonçal Mayos, encontré argumentos que indican que el camino de los expertos no es necesariamente el adecuado. Según Gonçal Mayos, los individuos sí deberían participar en la solución de los problemas de su país, pues las decisiones que son tomadas por los expertos, si bien son racionales, ignoran a su vez todo lo que está fuera de su marco de conocimientos. La hiperespecialización no tiene necesariamente una mirada totalizadora de la realidad. Dice Gonçal Mayos:

Además y como hemos apuntado, la creciente separación entre ciudadanía y las instituciones democráticas sólo se intenta compensar recurriendo a “políticos profesionales”, a “expertos” y a “comités técnicos”. Se olvida que éstos, dada su ultraespecialización y la lógica dependencia de las reglas internas de su “gremio”, están abocados a lo que los griegos clásicos llamaban “idiotez” o, al menos, una notable “ceguera” respecto al conjunto del mundo, de lo humano y de las necesidades globales hoy. Una vez más la especialización en un aspecto, provoca la ceguera o inatención respecto a lo común, compartido y humano en general.

En la sociedad del conocimiento —conocimiento para mercantilizar y no para hacernos sabios— el mundo académico opera en consecuencia con los mecanismos de la productividad en términos económicos, es decir, produce para competir y para generar riqueza, aunque también resuelve problemas prácticos (el caso de las investigaciones sobre el COVID 19). De este modo, con la hiperespecialización, los científicos vuelven a sus torres de marfil, pero con una particularidad que señala Antoni Brey: “Hoy, en lugar de una única torre existen multitud de pequeñas torres donde refugiarse, y cada experto se encuentra encerrado en alguna de ellas, ya sea por el imperativo productivo que recae sobre el ingeniero o el tecnólogo, por la convicción apasionadamente hiperespecializada del científico o, al fin y al cabo, por la imposibilidad de liberarse de la dinámica endogámica de las estructuras generadoras de saber”.[3]

Debido a esas torres de marfil o islas de conocimiento, Gonçal Mayos considera que una sociedad inculta no tiene más remedio que confiar en sus expertos, cuando la responsabilidad debería estar en todos. El modelo democrático cojea porque validamos la ignorancia y se desprecia el conocimiento humanista, incluso se niega dentro de los programas de enseñanza básica materias como la de filosofía.

Por eso, si queremos una sociedad que elija mejor, una sociedad más sana en todos los aspectos, tanto físico como mental, es necesario elevarla y fomentar en ella la amplitud del saber, la capacidad de reflexión y el espíritu crítico, algo que se logra promoviendo la lectura y no despreciando el amor al conocimiento en su sentido más bello, por encima de una calificación o un ranking.

César Antonio Chumbiauca

[1] Harari, Y. (2018). 21 lecciones para el siglo XXI. Debate.

[2] Mayos, G. (2009). La sociedad de la incultura. ¿Cara oculta de la sociedad del conocimiento? En Sociedad de la Ignorancia y otros ensayos. (p. 50-62). Infonomia.

[3] Brey, A. (2009). La sociedad de la ignorancia. Una reflexión sobre la relación del individuo con el conocimiento en el mundo hiperconectado. En Sociedad de la Ignorancia y otros ensayos. (p. 16-41). Infonomia.

Imagen principal: Dawn Hudson. "Viejo sabio". Dominio público.

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