El conocimiento experto y la sociedad de la ignorancia
“Es grotesco que David
Cameron, con el escuálido objetivo parroquial de silenciar al ala de su
partido, que se inclina por el UKIP (Partido de la Independencia del Reino
Unido), se haya jugado nuestro futuro y se lo haya entregado a una chusma de
votantes ignorantes como yo”. Eso es lo que escribió en 2017 el biólogo Richard Dawkins acerca del referéndum en el
que los británicos decidieron apartarse de la Unión Europea. Dawkins expresó
entonces que debido a que la mayor parte de los británicos desconocían sobre
economía y política internacional, lo mejor debía ser encargar una decisión de
esa naturaleza a los expertos.
A primera impresión
parece sensata la propuesta de Dawkins de no dejar participar a quienes no
cuentan con los conocimientos necesarios para tomar una decisión tan delicada.
Yuval Noah Harari ha dicho al respecto: “Los referéndums y las elecciones
tienen siempre que ver con los sentimientos humanos, no con la racionalidad
humana. Si la democracia fuera un asunto de toma de decisiones racionales, no
habría ninguna razón para conceder a todas las personas los mismos derechos de
voto o quizá ningún derecho de voto”.[1]
Desde que leí aquello,
pensé que era razonable que las decisiones complejas sean tomadas, en efecto,
solo por personas dedicadas a su estudio y ejercicio. Si se trata de un tema
agrario, convocar a ingenieros agrícolas y agricultores; si es un asunto de
salud pública, solo a la comunidad científica y médica; si se trata de
educación, a investigadores de la educación y profesores. Los demás, ¿qué
podríamos decir si no estamos familiarizados con esos asuntos?
Sin embargo, al leer La sociedad de la incultura[2], de Gonçal Mayos,
encontré argumentos que indican que el camino de los expertos no es
necesariamente el adecuado. Según Gonçal Mayos, los individuos sí deberían
participar en la solución de los problemas de su país, pues las decisiones que
son tomadas por los expertos, si bien son racionales, ignoran a su vez todo lo
que está fuera de su marco de conocimientos. La hiperespecialización no tiene
necesariamente una mirada totalizadora de la realidad. Dice Gonçal Mayos:
Además y como hemos apuntado, la creciente separación entre ciudadanía y las instituciones democráticas sólo se intenta compensar recurriendo a “políticos profesionales”, a “expertos” y a “comités técnicos”. Se olvida que éstos, dada su ultraespecialización y la lógica dependencia de las reglas internas de su “gremio”, están abocados a lo que los griegos clásicos llamaban “idiotez” o, al menos, una notable “ceguera” respecto al conjunto del mundo, de lo humano y de las necesidades globales hoy. Una vez más la especialización en un aspecto, provoca la ceguera o inatención respecto a lo común, compartido y humano en general.
En la sociedad del
conocimiento —conocimiento para mercantilizar y no para hacernos sabios— el
mundo académico opera en consecuencia con los mecanismos de la productividad en
términos económicos, es decir, produce para competir y para generar riqueza,
aunque también resuelve problemas prácticos (el caso de las investigaciones
sobre el COVID 19). De este modo, con la hiperespecialización, los científicos
vuelven a sus torres de marfil, pero con una particularidad que señala Antoni
Brey: “Hoy, en lugar de una única torre existen multitud de pequeñas torres
donde refugiarse, y cada experto se encuentra encerrado en alguna de ellas, ya
sea por el imperativo productivo que recae sobre el ingeniero o el tecnólogo,
por la convicción apasionadamente hiperespecializada del científico o, al fin y
al cabo, por la imposibilidad de liberarse de la dinámica endogámica de las
estructuras generadoras de saber”.[3]
Debido a esas torres de
marfil o islas de conocimiento, Gonçal Mayos considera que una sociedad inculta
no tiene más remedio que confiar en sus expertos, cuando la responsabilidad
debería estar en todos. El modelo democrático cojea porque validamos la
ignorancia y se desprecia el conocimiento humanista, incluso se niega dentro de
los programas de enseñanza básica materias como la de filosofía.
Por eso, si queremos una
sociedad que elija mejor, una sociedad más sana en todos los aspectos, tanto
físico como mental, es necesario elevarla y fomentar en ella la amplitud del
saber, la capacidad de reflexión y el espíritu crítico, algo que se logra promoviendo
la lectura y no despreciando el amor al conocimiento en su sentido más bello,
por encima de una calificación o un ranking.
[1] Harari, Y. (2018). 21
lecciones para el siglo XXI. Debate.
[2] Mayos, G. (2009). La sociedad de la incultura. ¿Cara
oculta de la sociedad del conocimiento? En Sociedad de la
Ignorancia y otros ensayos. (p. 50-62). Infonomia.
[3] Brey, A. (2009). La sociedad de la ignorancia. Una
reflexión sobre la relación del individuo con el conocimiento en el mundo
hiperconectado. En Sociedad de la Ignorancia y otros ensayos.
(p. 16-41). Infonomia.
Imagen principal: Dawn Hudson. "Viejo sabio". Dominio público.
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