Es interesante reparar en
que el saber proveniente de los libros es probablemente una idea moderna. En La galaxia de Gutenberg (Artemisa,
1985), Marshall Mc Luhan recoge un pasaje de Psychology Ancient and Modern, de G. S. Brett, en el que nos cuenta
lo siguiente:
La idea de que el saber consiste esencialmente en el estudio de los libros parece ser una opinión moderna, derivada probablemente de las distinciones medievales entre clérigo y seglar, con el énfasis adicional aportado por el carácter literario del, más bien, fantástico humanismo del siglo XVI. La idea original y natural del saber es la de “astucia” o posesión del ingenio. Ulises es el tipo original de pensador, un hombre con muchas ideas, que podía sobrepujar a los cíclopes y lograr un significativo triunfo de la mente sobre la materia. Sabiduría, es así, la capacidad de vencer las dificultades de la vida y alcanzar éxito en este mundo.
El ingenioso Ulises
definitivamente no era un hombre que leía libros por más legendario que resulte
el personaje, pues leer no era una actividad muy bien vista durante la Grecia
arcaica. Leer significaba en aquel entonces dejar que las ideas de otro
penetraran en uno mismo, y eso representaba una actitud pasiva. Al contrario de
lo que pensamos hoy de que leer nos hace libres, para los griegos leer era
someterse a otro. Un hombre libre debía pensar siempre con originalidad. Así,
Ulises era un pensador y destacaba por eso.
Otros personajes más
concretos como Sócrates y Jesucristo también fueron hombres sabios que más bien
no se preocuparon por dejar sus enseñanzas por escrito. Mc Luhan observa
aquello en Tomás de Aquino: “Y Santo Tomás de Aquino consideró que ni Sócrates
ni Nuestro Señor confiaron sus enseñanzas a la escritura porque no es posible
por medio de ella la clase de interacción entre las mentes, necesaria para el
adoctrinamiento”.
Durante la Edad Media, los sabios escolásticos sí leían libros; los escudriñaban. Su afán de sabiduría consistía en descubrir mediante la razón aquellos misterios que la fe había revelado, para lo cual se apoyaban, además de las Sagradas Escrituras, en los escritores clásicos de la cultura grecorromana preservados en manuscritos. Serían los humanistas los que liberarían a los clásicos de los terrenos de la escolástica y comenzarían a encontrar las delicias del placer y el conocimiento sin el velo de la fe.
Sin embargo, a todo esto,
las ciencias se mantuvieron relegadas. Tuvo que aparecer la filosofía moderna y
las discusiones sobre las formas de conocimiento a partir del racionalismo y el
empirismo. Con esto, la ciencia, que empezó a separarse de la teología, la
metafísica y hasta del arte, fue ganando terreno sobre todo por su naturaleza
experimental y práctica, y porque a partir del siglo XVI la estadística y la
medición fueron tomando mayor importancia. Frente a eso los humanistas tuvieron
que aceptar que la idea de que hombre sabio equivale a un estudioso de los
autores clásicos ya no era tan popular. Mucho después Arthur Conan Doyle haría
famoso un prototipo de sabio a tono con los nuevos tiempos de conocimiento
aplicado: el racional y lógico detective Sherlock Holmes.
Pensador práctico: Sherlock Holmes. Imagen: Samaja. |
En nuestros días usamos el término “inteligente” para las personas que resuelven brillantemente problemas en determinadas áreas. Para las personas que han leído muchos libros y gustan de las artes, usamos “culto” o “erudito”. Y es curioso porque alguien puede ser inteligente sin necesidad de ser culto; y también lo opuesto: una persona culta puede ser un poco inútil para resolver problemas para los que hay que pensar rápido y con ingenio. Sobre alguien que cumpla con ambas cualidades, me viene a la mente otro personaje de ficción: Tyrion Lannister, de la serie Juego de Tronos. Él combina tan bien ambos aspectos que incluso un libro del creador del personaje, George R. R. Martin, publicado en el 2013, se titula The Wit & Wisdom of Tyrion Lannister (El ingenio y la sabiduría de Tyrion Lannister).
Como vemos, a lo largo de
los siglos han existido diversas ideas sobre lo que significa ser sabio. Sea
como fuere, hay un punto en común: los admiramos porque representan vidas
excelentes.
César Antonio Chumbiauca
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