¿La edad de oro de la Biblioteca Nacional?

Por El referencista - agosto 28, 2022


La Biblioteca Nacional del Perú acaba de cumplir 201 años. Fue creada por José de San Martín mediante decreto el 28 de agosto de 1821. Desde entonces, ha sido el termómetro de la cultura en el Perú, pues a lo largo de su historia, sus éxitos y sus crisis han dependido también de los éxitos y las crisis de los gobiernos, así como de la atención, en mayor o menor medida, que han puesto en ella.

Solemos recordar más fácilmente los episodios de desastre como el saqueo que sufrió durante la ocupación de Lima durante la Guerra del Pacífico y el incendio de 1943, incluyendo por eso a los personajes involucrados en su recuperación, como Ricardo Palma y Jorge Basadre. Como pasa en todo ámbito, luego de la tormenta sigue el entusiasmo de la renovación, las cosas marchan bien hasta que nuevos problemas que no se corrigen se van acumulando hasta que llegamos a otra crisis y entonces se repite el ciclo. 

El historiador Marcos Garfias Dávila, en La Biblioteca Nacional del Perú: 200 años de historia (BNP, 2021), examina precisamente esos ciclos en la historia de la institución cultural más antigua de nuestra república. Comentemos el capítulo titulado “La edad de oro”.

Este momento se dio luego de que Jorge Basadre dejara sentada las bases de la modernización de la BNP en varios aspectos, mejorando su infraestructura, sus servicios y su personal. Al dejar la dirección de la BNP en julio de 1948, le tomó la posta el ingeniero y matemático Cristóbal de Losada y Puga, quien permaneció como director hasta 1961. En estos años, las primeras promociones de la Escuela Nacional de Bibliotecarios aplicaron sus conocimientos y su entusiasmo en las distintas áreas de la Biblioteca, donde comenzaron a trabajar y a ocupar puestos importantes de mando, en su mayoría mujeres que habían recibido una formación sobresaliente al provenir de familias de clase media y alta. Eran cultas, se desenvolvían en otros idiomas y eran empeñosas.

Con este personal calificado, Losada y Puga aplicó los planes de modernización que había dejado encaminado Basadre y los llevó a su consolidación estableciendo una serie de departamentos para funciones específicas. Por primera vez, las técnicas más avanzadas de procesamiento de la información, que antes se habían comenzado a aplicar por Pedro Zulen y Jorge Basadre en la biblioteca de San Marcos, eran llevadas a cabo en la Biblioteca Nacional. A su vez, se había incorporado, por medio de gestiones y donaciones, colecciones de las bibliotecas de figuras como Ricardo Palma, Andrés Avelino Cáceres y Raúl Porras Barrenechea.

Luego de Losada y Puga, los siguientes directores (Rubén Vargas Ugarte, Carlos Cueto Fernandini y Guillermo Lohmann Villena) optarían por mantener el mismo funcionamiento de la Biblioteca, pues según Marcos Garfias, “funcionaba como un sofisticado mecanismo de relojería”.


A partir de lo contado por Garfias en ese capítulo, hay dos aspectos que podemos reconocer de la mencionada edad dorada: primero, la estabilidad en la dirección, pues Losada y Puga permaneció trece años hasta su muerte. Cierto que trece años es demasiado, pero un tiempo considerable ayuda mucho. “El extenso periodo durante el cual ocupó la dirección de la Biblioteca fue un factor importante para consolidar su modernización pues llegó a conocer en detalle el funcionamiento real de la institución, las rutinas y las formas de trabajo de los empleados. Estos conocimientos resultaron fundamentales para lograr que la nueva organización marchara con la eficiencia de una maquinaria”, señala el autor del libro.

Lo segundo es la confianza y el apoyo a su personal, algo que desde los años 70 se ha ido resquebrajando en la salud interna de la BNP con algunos grupos y hasta el día de hoy ningún director o directora ha podido sanar por completo debido a diversos factores, tanto presupuestales como administrativos. En tiempos de Losada y Puga no pasaban —o no se confiesan— esas cosas, pues contaba con un equipo bien preparado y sumamente comprometido que, dicho sea de paso, en su mística, asumieron su vocación como lo que es una vocación: hacer sacrificios por un ideal. Por supuesto, si tienes un puesto de mando y provienes de una familia un tanto acomodada, es más fácil tener mística y vocación. Con los años, las últimas generaciones de la Escuela Nacional de Bibliotecarios apodaron a dichas señoras como las “vacas sagradas”.

Pero si tienes profesionales que provienen de sectores no muy favorecidos, hay que tener en cuenta que su vocación no está exenta de sus deseos de superación económica, más aún si deben mantener una familia, de lo contrario, trabajarán por poco tiempo hasta encontrar mejores oportunidades y otros se quedarán pugnando por mejores condiciones o confrontando a sus jefes permanentemente.

La historia de esa edad de oro todavía puede ser revisada, pues hasta el momento ha sido contada desde la parte oficial en los libros de la misma Biblioteca Nacional, que hace bien en publicar este tipo de textos para que quienes los lean puedan saber más y juzgar críticamente, en especial porque todos celebramos que la Biblioteca Nacional tenga más de doscientos años y, por lo tanto, queremos estar orgullosos de ella.

 

César Chumbiauca Sánchez

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